domingo, febrero 14, 2010

Antonio Gamoneda






He tirado al abismo el hueso de la misericordia; no es necesario
cuando el dolor es parte de la serenidad, pero la lucidez
trabaja en mí como un alcohol enloquecido.
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Las uñas de animales inexistentes arrancan nuestros ojos en los sueños.
Así es la noche.
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Quizás el silencio dura más allá de si mismo y la existencia
es sólo grito negro, un alarido ante la eternidad.

El error pesa en nuestros párpados.
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Te habitas a ti mismo pero te desconoces; vives en una
bóveda abandonada en la que escuchas tu propio corazón

mientras la grasa y el olvido se extienden por tus venas
y te calcificas en el dolor
y de tu boca caen
sílabas negras

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